Me gustaba cuando las páginas de
El Espectador servían para hacer el amor, tenía un amigo periodista que me
enviaba sendos mensajes en clave con los colaboradores. Algunas veces aparecía
él mismo haciéndose pasar por entrevistado y sosteníamos largas charlas, yo
enviándole pequeños mensajes de texto a su celular y el contestando las
preguntas con el personaje del día. Pero eso se acabó y no volvimos a tener
contacto, al parecer lo cambiaron de dependencia, debieron ascenderlo porque se
convirtió en el mejor escritor de columnas del periódico. Hoy, escribo estas
palabras para ver si hacemos al revés y es él quien de cuando en vez me echa
una llamadita al celular. Por esa época, cambiaron de formato, ahora El
Espectador tendría cuatro grandes secciones, opinión, economía, deportes y
entretenimiento, y en la sala de redacción todos vivían enamorados como por un
efecto dominó de nuestra curiosa relación. Me había enamorado de un columnista
y su amor retumbó por todos los pasillos de la publicación, ahora eran montones
de columnistas seduciéndome solo a mí, así de especial me sentía. Y todos
hacían sus preguntas y ampliaban la vertiginosa conversación. El día en que me
enteré que yo era el personaje del año dejé de leer El Espectador, ya era muy
sospechoso encontrar periodistas hasta en la droguería del barrio siguiéndome
la noticia. Pero era un personaje reconocido pero camuflado entre los subtextos
de los artículos. Lo cierto es que me cansé, por qué, señor periodista, me mira
usted con sonrisa socarrona, como quien esconde un valioso secreto de amor a
punto de decirlo, y me deja escondida en el transfondo del escritorio de su
computador? Si yo quiero ser reconocida, no como la amante que fui, sino como
la personalidad que soy. Me va a tocar a mí, excelente oportunidad la que nos
brinda El Espectador a los nuevos talentos de las columnas de opinión.
Luca Luciano
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