Llevo años observando las
manifestaciones culturales de los jóvenes desde el hip-hop hasta el grafitti, esto sí es marginal y sí es vital. A
diferencia de lo que se cree que las artes puedan ser llevadas a cabo
únicamente por artistas profesionales, para mí es claro que esta explosión
creativa forma o debería formar parte de un estudio serio por parte de la
crítica artística y la prensa cultural especializada que se resisten a las
voces guturales y a los rayones crudos sobre los muros de la ciudad.
Y me parecen más primordiales que
la cultura culta por su fuerza interpretativa y su origen dramático, es una
sola voz que manifiesta, aquí estamos y estamos vivos, una construcción
colectiva que busca sus propios espacios de exposición y que no se deja acallar
ni ocultar. Es arte vivo que está aquí para quedarse con sus enjambres de
estatuas vivas y de cirqueros en los semáforos, con sus punkeros gritos
desgarrados de “fuera sucio policía”.
Son interpretaciones de la ciudad
y su dureza, manifestación de las restricciones a las que son sometidos,
expresión de sus luchas y sus carencias, una fuerza de opinión brutal y directa
en contra del establishment, contracultura en su estado más puro. Enjambres de
muchachos que se autogestionan, que se abren las puertas a fuerza y pulso, que
participan de una ciudad politizada y polarizada y que llegan a nuestros
sentidos con ese grito desgarrado a exigir sus derechos.
Son jóvenes autodidactas, de
quienes se dice que no cantan bien, como si antes no hubiese existido el
fauvismo como manifestación clásica. Es que no cuentan con el pensamiento
estructurado y la pluma del curador o el experto calificado que los autorice a
expresarse y los catalogue en esa materia amorfa que conocemos como historia de
las artes.
Los jóvenes marginales están aquí
y llegaron para quedarse. No necesitan permiso de nadie para expresarse.
Columna de opinión
Luca Luciano
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