Mundial del 2002. Todo el mundo
apasionado por el fútbol menos yo, estábamos muy ocupados en el programa de
televisión que nos habían encomendado. Y en el corre – corre no hubo tiempo de
ponerle atención al niño. Fue un año de muchos problemas en el colegio, nos han
citado a una reunión de padres para informarnos que había un niño vendiendo
pistolas de juguete en el plantel, de esas que parecen reales. Todos nos
indignamos, como no, tenía un programa sobre derechos humanos en donde los
valores debían primar. ¿La sorpresa? El niño nuestro, con tan solo 12 años era
el vendedor incógnita de las armas de juguete. Encontré varias de éstas, listas
para su distribución debajo del colchón de su cama. Y monté en cólera, de
inmediato las boté a través del shut de basura, sin pensar que algún reciclador
pudiera recogerlas, ante la mirada cargada de llanto de mi hijo. Y ahora que
iba a hacer si ya se las habían pagado y él ya había destinado el dinero para
la compra de afiches de Dragon Ball Z que también distribuía. Tocó devolver el
dinero, fue un año particularmente duro para las finanzas de la familia, pero
era lo correcto. Como castigo, no se le compró el álbum de Panini que tanto
venía pidiendo.
Todo siguió con tranquilidad las
siguientes semanas hasta que una tarde llegó llorando del colegio. Había
llevado su álbum de Panini para intercambiar algunos monitas y apareció uno de
los compañeritos con su álbum ya completo haciendo show delante de todos los
amiguitos que lo miraban envidiosos. Estando en el bus del colegio, el niño
deja su maletín en la parte trasera de la silla, justo donde se encontraba mi
hijo quien ni corto ni perezoso cambió su álbum vacío por el de su compañero. Y
muy feliz se puso a mirar el álbum durante el recorrido con tan mala suerte que
se quedó dormido y otro muchacho más se robó el álbum relleno. Al despertar no
encontró el álbum y el amigo, quien ya se había bajado del bus, se había
llevado su álbum de Panini con sus 3 monitas pegadas.
¿Qué hacer entonces? Mamá, tú me
tienes que ayudar, me decía. Y salí yo con todo un discurso sobre la ética que
el pobre pelado se tuvo que aguantar por dos horas. Por mi, mejor que no
tuviera álbum, pero al niño al que le quitó su álbum lleno debía devolverlo tal
y como lo encontró. ¿Con qué cara iba ahora a explicar el incidente?
El abuelo, compró un álbum y una
caja grande de monas, trabajaron en él varios días hasta completarlo, y
entonces llegó el gran día, el día en que debía devolver lo hurtado. No sabemos
qué ocurrió pero nunca en la vida se volvió a repetir la situación, la
enseñanza estaba dada y no se volvió a escuchar de actos tramposos. Resignado a
no llenar el álbum ese año, se dedicó a seguir los partidos por televisión.
Pero el abuelo le tenía una
sorpresa, como de la caja grande sobraron tantas monitas, él a hurtadillas
compró un nuevo álbum y con paciencia se lo llenó. El día de la final, como
quien no quiere la cosa, colocó el álbum junto a la pantalla y le dijo: ¡ahí le
dejo! Los ojos de mi hijo brillaron con intensidad, no lo podía creer, y
estaban todos los jugadores. Abrazó y besó al abuelo y terminaron juntos de ver
el partido.
Luca Luciano
@zafarytv
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